domingo, 6 de enero de 2013

"La vida instrucciones de uso" de Georges Perec



Acabo de terminar de leer "La vida instrucciones de uso" de Georges Perec y puedo decir que me ha gustado mucho. Cuando lo abrí por primera vez me enfrentaba al libro más misterioso del mundo por ser el causante de una admiración indiscutible y a la vez una aberración por su supuesta lectura infumable.

Ya lo que había oído sobre su original estructura narrativa y la historia de las acuarelas de Bartlebooth me resultaba muy atractivo, pero a la vez enfrentarme a las infinitas enumeraciones, tentativas de inventarios y las interminables descripciones, me daba miedo por perderme y aburrirme entre las letras del obsesivo francés.

Y cuál fue mi sorpresa que me embarqué en una lectura deliciosa llena de armonía por laberintos de innumerables enumeraciones y comas infinitas...

Perec traza una sección vertical en un bloque de vivienda colectiva parisina y nos invita a mirar dentro. Una sucesión de minuciosas descripciones fotográficas de momentos cotidianos congelados en el tiempo, en el interior de las viviendas, hipnotiza al lector más curioso adentrándole en el universo voyeur del escritor francés. 

Relatos cortos, otros más largos, volvemos a Rorschash, Altamont y Moreau saltamos a las buhardillas de las mansardas parisinas, analizamos los objetos encontrados en una escalera que no es más que una radiografía de las diferencias entre clases sociales que habitan en la misma estructura de madera que las une, una estructura en movimiento de caballo de ajedrez que se desliza por la sección y va hilando los relatos íntimos, la vida de sus habitantes, la vida de las pinturas que cuelgan de las paredes (pintura presente en todo el libro), las historias de esos rostros que aparecen en las fotografías que pueblan las mesillas en los salones, los inquilinos anteriores, los presentes y los futuros, los que ya no están, los que se fueron y los que permanecen, los que mueren... recorremos la vida de París en el tiempo. La vida de un edificio, el universo en el tiempo de lo acontecido, la decoración cambiante, las generaciones que se suceden, las relaciones entre ellos, la ciudad entera en un solo edificio, un microcosmos, el reflejo de la sociedad parisina en un pequeño fragmento de la urbe, la desaparición de la relación entre clase social y planta del edificio.

La arquitectura del libro y la arquitectura de lo relatado, las escaleras, el ascensor, la decoración, materiales, ... y la arquitectura del puzzle. El puzzle como punto de partida, como objetivo dentro del relato y del relato mismo. Perec, el más travieso amante del juego intelectual. 

Y mientras leo este libro tengo que hacer el puzzle de un hospital cuyas piezas son el programa médico con sus superficies que junto con unos condicionantes se trata de jugar a encajar las piezas. Piezas que separadas albergan una entidad propia, pero que pertenecen a una estructura superior que le da sentido a su existencia; como los puzzles que Winckler le recorta a Bartlebooth. El quirófano, la habitación de hospitalización, el box de urgencia, la sala de rayos X... piezas complejas que tienen su propia entidad pero que pertenecen a una trama de relaciones funcionales de dependencia. El quirófano debe colocarse a un nivel de relación con las urgencias, así como con radiología y tener una rápida conexión vertical con la hospitalización. Las acuarelas de Bartlebooth cobran entonces su sentido.

Debo confesar que hacia muy el final del libro los altibajos entre capítulos se pronunciaban cada vez más y pasaba de la fascinación a la saturación, hasta que he llegado al último capítulo y epílogo que han cerrado mi lectura con un emocionante final sobrecogedor que remata de forma admirable el gran puzzle global.